La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica recibe esta experiencia de vida nueva que nace bajo el signo de la comunión e invita a las Consagrada y Consagrados a proseguir el camino como pueblo de Dios, cultivando la sabiduría de recorrer en la Iglesia sendas concretas de inter-acción en el espíritu carismático y en la diaconía. Vigilar atentos e interceded, firmes en la fe. Seguid a Cristo, tomad decisiones evangélicas. Fecundos en la alegría, fuertes en la esperanza, cercanos en los lugares del humanum, sed peregrinos incansables tras las huellas de la Belleza.
Vida consagrada en comunión – Encuentro internacional
Ordo Virginum – Ermitaños y Órdenes monásticas, canonicales y mendicantes
Comunidades de vida contemplativa
Institutos religiosos de vida apostólica – Sociedades de vida apostólica
Institutos seculares – Nuevos Institutos y “Nuevas formas”
Ciudad del Vaticano-Roma, 28 de enero – 2 de febrero de 2016
A los consagrados y consagradas dispersos entre las gentes
En comunión con la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, que nos ha convocado de todo el mundo para celebrar, junto al sepulcro de Pedro con el Santo Padre Francisco, la conclusión del Año de la Vida Consagrada, llegue a todos vosotros desde Roma el saludo de Pablo: “a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7).
Acontecimiento único vivido en comunión
Nos hemos reunido de todo el mundo miembros pertenecientes al Ordo virginum, a la Vida monástica, canonical y conventual, a la Vida religiosa apostólica, a las Sociedades de vida apostólica, a los Institutos seculares, a los nuevos Institutos y a las Nuevas formas bajo el signo potente y fecundo de la comunión.
Es la primera vez que se han encontrado juntas, durante algunos días, todas las formas de vida consagradas presentes y reconocidas por la Iglesia, dando testimonio eclesial de recíproca y fraterna acogida en igualdad, en dignidad y en aprecio por lo específico carismático suscitado por el Espíritu Santo. Hemos aprendido a acoger y valorar, a compartir y apreciar los diversos perfiles eclesiales y las diferencias antropológicas, haciendo así visible el empeño de “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43). Mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, herederos de grandes espiritualidades y brotes de nuevos caminos del Espíritu, todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu (1Cor 12,13).
En esta gozosa unión de corazones hemos experimentado la fuerza y el don del mismo Espíritu que nos han engendrado y nos unen en la caridad, en la Iglesia y ante el mundo. La gracia de la especial consagración (VC 31) se expresa en la virginidad o en el celibato, en el seguimiento generoso y profético de Cristo casto, pobre, obediente, orante y misionero, en el estilo de la vida fraterna propia de cada instituto o en la secularidad como levadura y fermento en el mundo. Esta conciencia suscita en nosotros admiración y gratitud por la elección que Dios ha hecho, haciéndonos testimonios de esperanza y de comunión universal en Cristo, según la energía propia de cada uno (Ef 4,16).
Se ha iniciado así un camino eclesial que nos ha aportado luz y nos ha ayudado a salir del cono sombrío de la marginalidad en el que nos parecía estar relegados.
En primer lugar queremos comunicaros la alegría de haber podido encontrarnos entre tanta variedad de carismas y estilos de vida, de culturas y tradiciones, de santidad y diaconías. En la convivencia de las diferencias hemos alabado al Señor por nuestra identidad y diversidad en la Iglesia: ha sido un evento de corresponsabilidad y al mismo tiempo una manifestación de adhesión fraterna al sucesor de Pedro, en su ministerio de unidad y de edificación en la caridad. Con nuestros gestos de fraterna comunión hemos formado así – por decirlo con un símbolo querido por el Papa Francisco – ese poliedro “que refleja la confluencia de todas las parcialidades [y] que en él conservan su originalidad” (EG 236).
Vidas consagradas en virginidad a imagen de la Iglesia esposa, arraigadas y fecundas en las Iglesias locales; vidas establecidas en la permanente contemplación, en la soledad eremítica o en la comunidad, que buscan el Rostro como bien absoluto a quien amar. Vidas conformadas al evangelio con genialidad solidaria para habitar la ciudad humana, en las periferias hasta los confines, entregadas incansablemente en las más diversas formas de diaconía de la caridad, de la cultura, de la evangelización. Vidas dentro de la historia mediante la secularidad, cercanas a todo hombre y mujer en las sendas cotidianas, con el deseo de contagiar al mundo con el estilo evangélico de las bienaventuranzas.
Hemos escuchado a tantos hermanos y hermanas narrar la aventura de la cercanía y de la misericordia que se inclinan ante las heridas y acogen sus gemidos, derramando aceite de ternura en las llagas. Hemos admirado la magnanimidad de existencias de ordinario heroísmo realizado en el silencio, sin clamor y a menudo con el riesgo de la propia vida; nos hemos alegrado por la fortaleza de ánimo manifestada en la perseverancia serena de los ancianos y llevamos en el corazón la alegría y el ardor entusiasta de los jóvenes consagrados. Hemos tocado todo esto con estupor y admiración, pero sin cerrar los ojos ante las limitaciones, las sombras, las apatías, lo gris que a veces nosotros consagrados y consagradas mostramos, límites que imponen el silencio a la gracia, paran el paso en binarios muertos, menosprecian la novedad y la creatividad del Espíritu Santo.
Por una Iglesia en salida
Papa Francisco nos habla a menudo de una Iglesia en salida, de periferias por descubrir, de ‘otros lugares’ donde situarnos con nuestra vida consagrada para una nueva fecundidad. Nos interpela con frecuencia a un nuevo éxodo (ex-odos): de nosotros mismos, de nuestros pequeños mundos, de esquemas rígidos o ilusiones teóricas, para habitar los horizontes, para vencer la globalización de la indiferencia, para hacernos concretamente próximos los afligidos y marginados. No podemos reducirnos a una Iglesia autoreferencial, que mantiene distancias y multiplica distinciones (cf EG 95), porque somos un pueblo en camino, con estilo sinodal, todos juntos por el mismo camino (syn-odos), con la misma pasión, en diálogo y confianza entre nosotros consagrados en las diversas formas y estilos de vida y con las demás vocaciones en la Iglesia. En la caravana de los hombres y mujeres de buena voluntad: junto a quienes trabajan por la justicia, con los que no se resignan a un mundo injusto y dividido.
Nuestra mirada ha de ser mirada de misericordia, de ternura, de amor, sin imponer esquemas universales, sino con el realismo de un amor que se da (miseriae-cor-datum): es así como miramos la historia, sus desafíos, sus heridas, sus tragedias. Como dice el Papa Francisco, queremos iniciar procesos, es decir adoptar un método (meth-odos) de pensamiento abierto, de colaboración en red, de respeto y de alegría por las diversidades (cf. EG 223). Este gran Encuentro mundial ha sido un primer acto atrevido y queremos que sea en el tiempo un modelo y un método de estilo y unidad, “signo elocuente de la comunión eclesial” (VC 42).
Han resonado así tres criterios guía, éxodo-sínodo-método, en los que está presente el desafío de la calle (odos), del camino, de los pequeños signos, que son sin embargo caminos audaces de vida que se han de hacer en sinergia, en comunicación, en reciprocidad, en sinodalidad, teniendo como horizonte de evangelio, la profecía, la esperanza.
Según el Evangelio
Ha resonado la llamada a una conversión audaz como forma mentis, reformatio cordis, conformatio vitae, según el evangélico de Jesucristo. Ha resonado la invitación a encontrar la “fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21) en la cotidiana escucha orante y reflexiva de la Palabra (lectio divina). La Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que una espada de doble filo (Hb 4,12), y nos purificará de la “mundanidad espiritual” y de toda hipocresía. Esta escucha obediente (la hypakoè de los padres), semilla incorruptible y fecunda (cf 1P 1,23), nos regenerará a una nueva fidelidad y conducirá nuestras opciones y discernimiento coral por sendas de autenticidad. La Palabra de las Escrituras “es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” ( 2Tm 3,16s).
La difusa experiencia de la lectio divina – gran recurso monástico espiritual, practicada ahora con modos nuevos, abiertos también para compartir en comunidad y con el pueblo – sea un punto central de nuestra propuesta formativa y de nuestra cotidiana búsqueda del rostro del Señor. Así, bajo la guía del Espíritu Santo, en la experiencia de meditación y silencio, en el contemplar y compartir, la Palabra será fuente de gracia, diálogo orante, llamada a la conversión, propuesta profética y horizonte de esperanza.
De modo profético
“La nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía”, ha escrito el Papa Francisco (Carta apostólica II,2). Él ha insistido sobre esta prerrogativa en el encuentro conclusivo, invitándonos a caminos de nueva profecía, de cercanía y de esperanza. Nos damos cuenta que no se trata de una improvisación personal, sino que es fruto de la Palabra escuchada con un corazón obediente, y se realiza en comunión eclesial verdadera (cf VC 84). Eso exige una apasionada búsqueda, que nos capacita para una “mística de los ojos abiertos”, a ofrecer con prontitud manos solidarias, a recorrer sendas de libertad, con la disponibilidad de los discípulos (cf Mt 10,9-10).
Para ser centinela (cf Ha 2,1; Is 21,11s), es necesario vivir expropiados de certezas, aprender a intuir con corazón enamorado y ojo penetrante (Nm 24,3) la novedad de los designios de Dios. Estamos poco habituados a ello, por tanto sentimos la urgencia de aprender este método, de despertar a nosotros mismos y al mundo de la distracción que ciega, de liberarnos de la mera manutención distraída y rutinaria. Sobre todo tenemos que “interrogarnos sobre lo que Dios y la humanidad piden hoy” (Carta apostólica, II,5).
Con un ejercicio colectivo de discernimiento, sabremos encontrar y “crear otros lugares donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida, del amor recíproco” (Carta apostólica II,2). Para todas nuestras formas de vida ha resonado la invitación a habitar la historia según nuestra propia vocación desde el contenido profundo de la esponsalidad, la contemplación y la fraternidad, en la dimensión de una humanidad plena. Seguir a Cristo de modo profético supone acompañar sin privilegios y difundir luz en la ciudad humana, dar sabor como sal en la masa, inspirados por la sencillez de su vivir en la casa de Nazaret y de su caminar entre la gente de Palestina.
Alegres en la esperanza
Un bien escaso y frágil es hoy la esperanza, también entre nosotros. Necesitamos avivar la razón teologal de nuestra esperanza, para que habite en nosotros, en nuestras fraternidades, en los lugares de nuestro cotidiano vivir. Podemos hablar, también en este ámbito, de la urgencia de una conversión original. Nuestra esperanza está en el Señor, no en los números, en las obras, en las glorias humanas, en la profesionalidad ostentada que ahoga la pequeña semilla. El desafío serio no es el debilitamiento de nuestras fuerzas, es la poca fe en la fuerza de la semilla pequeña que, caída en la tierra, llevará mucho fruto (cf Mc 4,31). Hay de nosotros si la alegría del Evangelio no habitase en nuestra casa; pobres de nosotros si por la tristeza perdiésemos la audacia de las “opciones valientes, a veces heroicas, exigidas por la fe” (VC 39). Nuestra alegría no es autentica si nos refugiamos allí donde resplandece el sol, cediendo “a la tentación de un fácil y precipitado reclutamiento” (VC 64), sin discernimiento. También la noche oscura tiene su sol, como advierte el profeta: Se hizo de mañana y también de noche (Is 21,12).
Quizás haya llegado el tiempo, en algunos lugares, de reconocer que tenemos que aceptar disminuir (cf Jn 3,30), pero para adherirnos con alegría a lo que el Espíritu está haciendo crecer en otros lugares: la creatividad y la audacia en vivir nuestra consagración y seguimiento en otros contextos culturales y en nuevos paradigmas antropológicos. En el Encuentro se ha evidenciado la necesidad de acompañar a las nuevas generaciones hacia el futuro, favoreciendo el proceso de inculturación de los carismas con el discernimiento y la confianza. Sin actitudes de monopolio y de rigidez mental o cultural, fiados en las lluvias de otoño y de primavera (Os 6,3), acompañaremos a los nuevos miembros a ser protagonistas geniales y originales de una nueva reelaboración en la libertad del Espíritu, en la comunión fraterna y en la esperanza por el Reino que viene.
Indicada por muchos ha sido la necesidad de reexaminar las formas, las estructuras, los procesos formativos, el estilo de gobierno, el sentido eclesial, la vida en las Iglesias locales, para conservar el fuego y no adorar las cenizas. Somos todos “invitados a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de los fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy ” (VC 37). Ha resonado confiada la invocación al Espíritu, artífice de toda novedad, para que sea finalmente reconocido, en la praxis cotidiana de las mutuae relationes, el genio femenino como riqueza y recurso eclesial imprescindible para una nueva sinodalidad (VC 58; EG 103). Muchas voces se han escuchado para pedir el respeto en los hechos y en las decisiones que se refieren a la dignidad y la peculiaridad de la mujer consagrada en su justa autonomía y en la ordenada corresponsabilidad eclesial (EG 104). Ya no es posible que ante las frecuentes declaraciones valientes del magisterio siga existiendo una praxis eclesial que no cambia en nada.
En la proximidad de la misericordia
Para nosotros amados de Dios y santos por vocación (Rm 1,7) ha llegado el tiempo de la misericordia: “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros que nos cansamos de pedir su misericordia” (EG 3). Nos hemos acercado a la Puerta santa, y la hemos atravesado con un corazón humilde y confiado, para suplicar misericordia y sanación, dejando todo miedo, toda cerrazón en el pesimismo, toda tentación de fatalismo. “Para ser capaces de misericordia debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida” (Papa Francisco) Misericordiae vultus, 13).
Abrazados por el Padre misericordioso, nos hemos sentido en comunión con todos vosotros, y queremos invitaros a ser testigos y profetas de misericordia, con corazón paciente y caridad grande. Juntos colaboraremos para reconciliarnos de las fracturas con los hermanos y las hermanas, dispuestos a superar polarizaciones en nuestras razones, dureza y rabia (cf. Lc 15,28ss). Lo hemos de hacer con estilo sinodal, buscando la reconciliación, viendo las causas de nuestras fracturas, confiándonos a nuestro Dios que es grande en perdonar (Is 55,7). La gracia de la misericordia nos devuelve a la Iglesia, para edificarnos juntos en la caridad y en el servicio y ser así fermento y profetas de reconciliación universal en Cristo.
Estamos convencidos que hemos de vivir la conversión como aptitud del corazón; conversión que pasa también por la “mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien” (EG 272), promoviendo recursos del alma todavía disponibles(cf. Lc 7,47-49; 13,12s), recorriendo el camino de las Bienaventuranzas.
Resuena para nosotros la vibrante exhortación de Pablo: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto … con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración” (Rm 12,2.11-12).
Miramos a María de Nazaret, la “virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo” (Carta apostólica III,5) que nos precede e intercede por nosotros como Mater misericordiae, mientras nos despedimos con las palabras del apóstol Pedro que desde Roma se dirigía a los hermanos que están en el mundo (1P 5,9): Saludaos unos a otros con el beso de amor. Paz a todos los que estáis en Cristo (1P 5,14).
La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica recibe esta experiencia de vida nueva que nace bajo el signo de la comunión e invita a las Consagrada y Consagrados a proseguir el camino como pueblo de Dios, cultivando la sabiduría de recorrer en la Iglesia sendas concretas de inter-acción en el espíritu carismático y en la diaconía. Vigilar atentos e interceded, firmes en la fe. Seguid a Cristo, tomad decisiones evangélicas. Fecundos en la alegría, fuertes en la esperanza, cercanos en los lugares del humanum, sed peregrinos incansables tras las huellas de la Belleza.
La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica