Re-creando la vida en tiempos de pandemia: oportunidad para nuevas relaciones

Re-creando la vida en tiempos de pandemia: oportunidad para nuevas relaciones

Por: Mujeres haciendo teología[1]

Introducción

Este virus paradójico que destruye y a la vez rescata la vida, ha exigido a la humanidad reflexionar y replantearse su lugar y su modo de estar en el mundo. Es así que cada día podemos leer muchos aportes desde diferentes puntos de vista y realidades; algunos de ellos están empeñados en que la “nueva normalidad” sea diferente, en sí más humana. En ese sentido, nosotras (un grupo de católicas: mujeres haciendo teología), desde nuestra experiencia de fe, quisiéramos aportar un granito de arena en esta necesidad de humanizar la vida, buscando relacionarnos de manera íntegra y amigable con lo que nos rodea, al estilo de Jesús de Nazaret y desde nuestro genio femenino.

Como es sabido, desde finales de diciembre del 2019, apareció en China un nuevo virus (SARS-COV-2), el cual produjo el COVID-19 y dos meses después fue declarado como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este virus traspasó rápidamente fronteras, culturas, religiones, género, edades, sistema social y eclesial, y otros. En este sentido, hoy, la humanidad comparte una misma situación y destino. Para contener dicha pandemia es imperiosa la ciencia, pero sobre todo la participación ciudadana en la prevención y el control, además del carácter de protección y empatía de cada persona y de la sociedad toda, en el día a día.

Como toda experiencia de crisis –entendida ésta como “punto donde se encuentran el peligro y la oportunidad”[2]–, más aún, esta que es mundial, puede hacernos diferentes y de hecho ya lo está haciendo. No podemos ser la misma persona o sociedad después de lo que está sucediendo, de lo que estamos viviendo, eso significaría que no hemos aprendido nada o que no nos hemos dejado afectar internamente.

En diferentes escalas nuestra visión, objetivos, y formas de vida están en tela de juicio, lo que significa que algo no estamos haciendo bien, que nuestras prioridades no son humanas, y que están en detrimento de nosotras/os mismas/os. Necesitamos reorganizarnos y repensarnos como personas, como sociedad, pero también como creyentes y desde nuestra experiencia de fe, reconciliarnos con el cosmos, reconstruir con él un vínculo de vida, de armonía e interrelación. Es decir re-crear la vida en tiempos de y en pos pandemia; para ello es significativo aprender de otras personas, familias, comunidades y pueblos indígenas, que desde hace mucho tiempo apuestan por una forma de vida amigable y respetuosa con la naturaleza, sin sentirse dueños, sino parte: interrelacionados, interconectados e interdependientes.

La pandemia COVID-19 y la inminencia del colapso socio-económico abren un proceso de liberación cognitiva que genera nuevos aprendizajes, a través de los cuales pueden activarse no sólo la imaginación política tras la necesidad de la supervivencia y el cuidado de la vida, sino también la propuesta para la interdependencia de unas/os y otras/os. Ante esta realidad, ya podríamos decir con el papa Juan XXIII que tanto la sociedad como la Iglesia asisten “en nuestros días a una grave crisis de [la] humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones” (HS[3] 3), tal como se va vislumbrando.

1.      Una realidad que nos supera e interpela

En este contexto de pandemia, son diversas las situaciones que vivimos, más allá de los miedos y precauciones que cada una/o decida y pueda tomar, hay circunstancias que se presentan de manera arbitraria a nuestra vida y nos empujan a actuar de un modo que no siempre es el mejor.

Esta situación de cuarentena ha develado qué es lo más significativo en nuestra vida o a qué le damos mayor importancia, nos ha mostrado nuestros miedos y cómo los canalizamos, cómo actuamos frente a ellos, lo que somos capaces de hacer por aquellas personas a quienes queremos aún en detrimento de nuestra seguridad; la cuarentena nos ha exigido llegar a acuerdos cotidianos, domésticos y comunitarios para vivir esta experiencia de la mejor manera. Sin embargo, para muchas familias, esta experiencia de confinamiento se va transformando en mayor violencia, estrés, angustia y otros sentimientos y actitudes, que no siempre se expresan adecuadamente. En fin, la pandemia nos ha mostrado nuevos caminos para humanizarnos o también, otras formas de deshumanizarnos. Desde esta perspectiva, nuestra reflexión aborda las siguientes realidades:

  • Efectos del miedo. En la situación actual, se presenta un mayor riesgo de ser egoístas, hay miedo del/a otro/a, lo cual puede llevarnos a la indiferencia total ante sus necesidades y problemas. La pandemia es ocasión para sacar lo mejor y/o lo peor de nosotras/os; de hecho, en este tiempo, hemos sido testigos de varios gestos de solidaridad, y otros de discriminación.
  • Personas que viven solas, quienes por diferentes motivos no pueden movilizarse para las compras u otras emergencias; en especial las de la tercera edad, por su situación de vulnerabilidad y riesgo, son quienes más necesitan de la ayuda solidaria de sus vecinas/os y sociedad en general.
  • Violencia intrafamiliar. Se presentan distintos tipos de violencia (verbal, física, psicológica) entre la pareja, entre padres e hijos, y/o entre hermanos. Cuando se ha llegado al extremo de la violencia, es difícil restaurar la convivencia, ya no es posible mirarse a la cara o hacer algo juntos. El hecho de “estar” –en esta cuarentena– más tiempo en casa, ha propiciado que salgan a relucir con más frecuencia estas situaciones. Los datos nos indican que las mujeres y los niños son los más afectados[4].
  • Personas que viven del día a día o tienen negocios que no son “necesarios” o indispensables en esta cuarentena: florerías, salones de belleza, ferreterías; las que venden en carritos implementos para el cabello, medias, dulces, etc. Sus pequeños ahorros alcanzaron para sustentarse sólo las primeras semanas.
  • Agricultores que se ven afectados con la comercialización de sus productos y se ven obligados a utilizar intermediarios, mismos que se quedan con el mayor porcentaje de la ganancia causándoles pérdidas irreparables. Siendo este sector indispensable para la vida humana, no cuenta con el apoyo de ninguna entidad gubernamental para fortalecerse y proyectarse.
  • Una economía que día a día se resiente ante tantos días sin actividad; muchos/as se quedarán sin trabajo, aumentando la cesantía; las pequeñas empresas entrarán en quiebra a pesar de los préstamos y ayudas del sistema. Los bonos son bienvenidos para paliar el momento de emergencia, pero no para solucionar la situación precaria de muchas familias. En este mismo punto, dejamos en la palestra otros cuestionamientos que vienen a nuestra mente; por ejemplo las instituciones o personas que tenemos personal dependiente ¿estamos pagando el sueldo a tiempo y sin descuento? ¿acaso estamos exigiendo que se pongan en riesgo y continúen con su trabajo normal? ¿nuestro proceder es justo?
  • Secuelas en el medio ambiente y la ecología. Se da una estrecha relación entre medio ambiente, cambio climático, deforestación, transgénicos y otros similares; el COVID-19 no se queda al margen de esta realidad, al contrario, ha puesto en evidencia los abusos que hemos cometido con nuestro hábitat.
  • Algunas incoherencias de nuestra fe, porque damos más importancia al rito que al significado en sí, pues hay acciones que refuerzan la idea de una Iglesia privilegiada y ajena a la situación que se está viviendo. Urge replantear los modos de expresar nuestra fe, ir de la Eucaristía sacramental a la Eucaristía existencial[5].

2.      Una realidad que nos abre a la esperanza

Si bien constatamos este tipo de situaciones entre otras tantas, vemos además que esta cuarentena ha permitido redescubrirnos en otras facetas más esperanzadoras y humanizadoras que despiertan sueños y motivan a vivir con esperanza. Entre ellas están:

  • Sentir empatía por el/a otro/a nos ha hecho salir de nosotras/os mismas/os, conocer a nuestras/os vecinas/os, preguntar si alguien vive solo, si alguien tiene necesidades, y también compartir algo.
  • Trabajo en equipo al interior de los hogares. Normalmente en nuestras familias, las tareas domésticas no están bien distribuidas, ahora la realidad ha obligado a aprender e involucrarse más, lo cual hace que la vida cotidiana sea más llevadera. En algunos casos hay más tiempo para aprender, compartir, estar juntos y crear. Los roles son compartidos y se descubren nuevos modos de relacionarnos y vincularnos.
  • Valoramos las cosas sencillas e importantes: “el estar” para una/o misma/o y para el/a otro/a; se disfruta del silencio y también de las conversaciones largas; el contactarse con viejas amistades y sentir la necesidad de expresar nuestros sentimientos, de decir un “te quiero” o un “cuídate” desde el corazón.
  • Lo virtual nos está abriendo a nuevos conocimientos y estilos de vida, a otros modos de comunicarnos y relacionarnos; por lo tanto, nuestras actitudes, sentimientos y pensamientos también se renuevan.
  • Compromiso de comunidades religiosas y parroquias en el servicio a las personas con quienes comparten la misión, lo hacen con mucha entrega a favor de las/os demás, aún a costa de sus seguridades.
  • Fortalecimiento del trueque entre comunidades, vecinos, amigas/os, y familias. Mayor conciencia por recuperar los alimentos más orgánicos, producidos en los ámbitos locales, y no tanto del agronegocio transnacional u otros que refieren mas al sistema capitalista.
  • Vivir y rescatar nuestra fe cristiana como “iglesia doméstica”. En estos tiempos y especialmente en Semana Santa, se ha fortalecido y animado a las familias para orar y compartir la Palabra de Dios, ofreciendo guías de oración y celebración, desde distintas realidades, espacios y medios.

Es así como nos descubrimos en nuestras nuevas facetas, conocemos más a quien vive a nuestro lado, y crecemos juntas/os. Son horas, días, meses acumulando experiencias encontradas, que revelan nuestro ser vulnerable, que nos llevan a replantear proyectos, mirar hacia lo fundamental, repensar y re-crear la vida, buscar a Dios, ponernos en sus manos y preguntarle ¿hasta cuándo Dios Padre-Madre? ¿cómo saldremos de esta crisis? ¿cómo dejarnos renovar y aprovechar la nueva oportunidad?

3.      Un llamado al discernimiento

Antes de abordar cuestiones por el sentido de la situación de pandemia, buscamos claridad sobre los hechos. En esta búsqueda de respuesta surge la pregunta por la verdad de la pandemia, el deseo de poder distinguirla de las “falsas noticias” e interpretaciones dudosas en torno a lo que nos va pasando, y a la vez nuevos interrogantes. Sobre el origen del COVID-19 ¿se originó acaso en animales silvestres (como sostiene el consenso científico internacional)[6], llegando a contagiar a seres humanos por su comercio en mercados de la calle? ¿o por una fuga de materia contaminada de un laboratorio que estudiaba este virus en murciélagos? ¿o fue elaborado artificial y maliciosamente como arma biológica? ¿o es algo generado por las redes 5G? ¿o en realidad no existe, siendo una quimera propagada por algunos intereses económico-políticos? ¿o es acaso castigo de un Dios airado y cansado de las maldades humanas?

Así también surgen otros cuestionamientos como: ¿cuáles son los tratamientos más convenientes para esta enfermedad, y cuáles son inútiles o hasta perjudiciales para la salud? ¿son necesarias las disposiciones estrictas de cuarentena impuestas por los gobiernos y controladas por las fuerzas de orden en muchos países? ¿bastaría la práctica íntegra de las medidas de bioseguridad junto con la “distancia social” de uno o dos metros, como sucede en otros países, amortiguando así los daños económicos? ¿la cuarentena prolongada significa un desastre para el “orden establecido” de la economía mundial por generar a muchos millones de desempleados y del que tardará décadas en recuperarse? ¿es tiempo propicio para establecer otro paradigma diferente al capitalismo neoliberal desenfrenado y tecnocrático?

Cabe señalar que la teología no ofrece respuestas directas a todas estas preguntas, pero sí se interesa por acercarnos a comprensiones y análisis adecuados de la realidad, para poder iluminarla desde el Evangelio.

A un nivel más existencial, en nuestros países la pandemia desenmascara varias situaciones estructurales que de otras formas son toleradas o pasan casi desapercibidas. Para mencionar algunas: un sistema económico-financiero que proporciona grandes riquezas y oportunidades educativas, laborales y culturales a un pequeño porcentaje de la humanidad mientras margina, excluye o descarta a la gran mayoría; la baja inversión de los gobiernos en la salud pública y en la educación; la incapacidad de ciertas personas o grupos para mirar más allá de sus propios intereses y pensar en el bien común, ejemplificada en lo que supone la corresponsabilidad de cumplir con las condiciones de la cuarentena.

Por otra parte, a nivel religioso, desde lo cristiano-católico, la imposibilidad de participar presencialmente de la Eucaristía y de otras actividades parroquiales suscita interrogantes sobre la estructuración de los ritos y sacramentos en la vivencia de la fe eclesial (cf. Mt 12,1-8) y su vinculación con el sustento económico del clero. De la misma forma se han visto cuestionadas y afectadas otras denominaciones, credos y espiritualidades.

El hecho de estar confinados permite a unos pensar con paz, a otros reflexionar de manera inquietante, y nosotras desde nuestra experiencia de fe cotidiana seguimos preguntándonos: ¿cómo asimilar esta nueva situación? ¿cómo buscar y encontrar una clave de lectura de la realidad? La crisis nos hace caer en cuenta quienes somos como humanidad. “En este mundo, desde el primero al último, desde el más importante al más insignificante, todos somos lo que realmente somos: seres humanos”[7]. No podemos vivir aislados de las relaciones interpersonales (Gen 2,18: “no es bueno que el hombre esté solo…”). El ser humano es un ser en relación. No podemos dominarlo todo, somos limitados (cf. Gen 2,7); aunque el ser humano ejerce dominio sobre la creación, él no es el Creador. Las crecientes muestras de solidaridad están colocando a la persona en el centro. ¿Nos estamos humanizando? Si es así entonces tenemos una gran oportunidad para transformar el mundo en un lugar mejor y salir de esta crisis siendo mejores personas.

Podemos contemplar la actitud del sabio israelita en el mundo bíblico. El sabio no es aquel que comprende de manera intelectual toda la realidad, y de este modo adquiere un conocimiento para sí mismo. El sabio es aquel que, habiendo comprendido la realidad, desde la fe, desde la mirada del Señor, orienta a sus hermanos a “comprender”, “vivir”, “reflexionar” sobre lo que acontece. La sabiduría bíblica no necesita imponer normas o leyes de comportamiento; al contrario, ayuda a descubrir el sentido de lo que acontece y lo encamina hacia una transformación de la realidad. Reconoce que lo más importante es “aprender a vivir”, y no se puede vivir bien si no se vive desde la interioridad, desde la profundidad del ser. Se nos invita a encontrar el sentido profundo de las cosas para aprender a vivir en plenitud en una relación de armonía con Dios y con la creación. Existe también una sabiduría e incluso “mística” popular e indígena que acentúa la “interconexión e interdependencia de todo lo creado, mística de gratuidad que ama la vida como don, mística de admiración sagrada ante la naturaleza que nos desborda con tanta vida” (cf. QA[8] 73); posee incluso muchos aspectos en común con la sabiduría bíblica.

“Para cumplir [su] misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos a la luz del Evangelio […]” (GS[9] 4). Sin duda la crisis desatada por el coronavirus constituye un fuerte signo de los tiempos. Nos convoca a una profunda reflexión teológica en orden a discernir por dónde se manifiesta la presencia y la vida nueva que viene de Dios, que nos renueva como personas, familias, comunidades y pueblos. Hemos de buscar los signos del Reino que nos abren y nos encaminan hacia el futuro.

El papa Francisco nos recuerda “que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas” (GE[10] 172). Además, precisa: “no se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo” (GE 174).

Si a veces Dios parece callarse, alejarse de este mundo, desinteresarse de lo que viven los seres humanos, también parece estar tan presente y caminando junto a la humanidad y su historia como lo hizo aquel peregrino con los discípulos que se dirigían a Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Como signo de los tiempos, la pandemia cuestiona y además estimula nuestra vivencia de los valores del Evangelio en diversas dimensiones. “Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”[11].

4.      La pandemia como parábola del Reino

La pandemia es a la vez parábola[12] viva del Reino, donde los actos heroicos de quienes arriesgan sus vidas en la prevención o en el cuidado de los contagiados por el virus, así como los pequeños y grandes gestos de solidaridad, nos llaman la atención y nos inquietan. De esta manera se pone en evidencia el peso mayor de valores y actitudes autorreferenciales en la normalidad de las cosas[13]. El ser humano es inherentemente egoísta, y solo “se convierte” ante el testimonio del amor desinteresado y generoso, de la compasión que mueve a la acción, superando cualquier inercia, al estilo del buen samaritano (cf. Lc 10,29-37). En estos gestos se realiza el Reino de Dios, y se revela a Jesús tanto en el que sufre (cf. Mt 25,40) como en el que se le hace prójimo.

Mediante una parábola, Jesús desconcertaba a sus oyentes al narrar un padre bondadoso que actuaba con libertad, con entrañas de mujer, que esperaba el regreso de su hijo a casa pese a su mal comportamiento, que amaba y perdonaba sin imponer condiciones (cf. Lc 15,11-32). Esta imagen de Dios desgajaba los esquemas tanto patriarcales como religiosos de la cultura judía de la época[14]. Abría la posibilidad de la transformación de corazones endurecidos por la seducción de satisfacciones deslumbrantes pero pasajeras, o de la soberbia de encasillar el acceso a Dios en el mero cumplimiento de la Ley. Ambas seducciones nos disminuyen en nuestro ser, y abren la puerta a idolatrías e injusticias, aún más deshumanizantes.

El nuevo surgimiento de la “iglesia doméstica”, por no poder acudir a los templos, nos saca de nuestros guiones usuales en cuanto a la eucaristía sacramental, lanzándonos a recobrar consciencia de la eucaristía existencial. Esta se trata de las actitudes que brotan del contacto vital con Jesús y su traducción en la vivencia de los valores del Reino. Nos invita a una profunda reflexión sobre nuestro modo de ser Iglesia y la estructuración de la vida sacramental[15].

  • Un Dios cercano que trae esperanza. La Biblia presenta pasajes de anuncios de esperanza ante las realidades de caos y confusión que vivía el pueblo de Israel. Dios es capaz de crear un futuro nuevo, de originar personajes y acontecimientos que abren un nuevo capítulo.

Cuando el pueblo de Israel se encuentra ante la incertidumbre y la confusión, un profeta anónimo les habla de esperanza: “Una voz grita: en el desierto preparen un camino al Señor” (Is 40, 3). El profeta toma la palabra y con la confianza plena en el Señor proclama con fuerza: “Miren que hago algo nuevo” (Is 43, 19). La historia no está paralizada, se encamina hacia algo nuevo, parece decirnos que los poderosos y opresivos sistemas político-militares y económicos de todos los tiempos creados por el ser humano para ejercer poder y dominio tienen fecha de caducidad. El profeta quiere ayudar a superar las resistencias del corazón humano que se deja llevar por el temor y exhorta a confiar en un Dios Amor. Y para hacer entender que el Señor se hace presente y camina junto a su pueblo, recurre a imágenes de gran fuerza expresiva: Dios es como el amor de una madre por sus hijos (cf. Is 46, 3; 49, 15-16), el de un esposo por su amada (cf. Is 54, 4-5), el de un pariente cercano (cf. Is 41, 13), el de un pastor por sus ovejas (cf. Is 40, 11); imágenes relacionales y que humanizan la imagen de Dios. Dios es un yo que se hace presencia y se acerca, se hace familia, no es solo una idea sublime, es una relación con el ser humano.

Dios se acerca a la humanidad golpeada por la crisis de la pandemia. ¿Cómo debemos acercarnos nosotras/os a Dios? ¿dónde encontramos a Dios? En tiempos de Jesús los judíos, para acercarse a Dios, debían peregrinar al Templo de Jerusalén. En cambio, Jesús es quién hace que Dios se acerque a la gente: entra en las casas, va el campo, a la montaña, recorre por los caminos, camina a las orillas del lago… ¿Acaso hoy no vemos a tantos hombres y mujeres que como Jesús siguen llevando “esperanza” a los hospitales, a los enfermos, a las casas…? Un Jesús caminando por las calles de nuestras ciudades… Dios de algún modo está presente en cada gesto bondadoso que cada ser humano tiene con su prójimo.

4.2. En Jesús, Dios se humaniza. “Con la encarnación del Verbo se nos da a entender que Dios quiere hacer verdaderamente humano al hombre que se autoengaña a sí mismo y se autodespoja de la humanidad. […] Jesucristo es la humanidad de Dios en persona. […] Padeciendo y muriendo se ha demostrado como un Dios humano”[16]. Nos acompaña en nuestras alegrías y sufrimientos para que seamos más humanos.

En los Evangelios Jesús no solo anuncia la Buena Noticia del Reino. La gran noticia es que en Jesús Dios se humaniza. Jesús es el mayor ejemplo de humanidad. Con sus acciones y palabras nos muestra cuál es el camino para una verdadera humanización mediante sus gestos, su mirada profunda, sus palabras de acogida y de esperanza, su actitud de escucha, especialmente, con aquellos que han sido excluidos de la sociedad de su época, por motivos religiosos, sociales y culturales. Sus manos han tocado y han sanado todo tipo de enfermedades: leprosos, ciegos, paralíticos. Jesús ha sanado a hombres y mujeres que vivían sin esperanza porque la vida les había golpeado duramente. Aquellos que habían perdido su dignidad o habían sido despojados por otros. Su mensaje también se dirigía a aquellos que creyéndose sanos vivían encerrados en su egoísmo y orgullo.

La Buena Noticia es que Dios no es solamente el “Dios de los justos” sino que es también el “Dios de los que sufren”, “el Dios misericordioso”, y quiere salvar al pecador y quiere sanar todo tipo de enfermedades. Todos tienen que sentir la cercanía salvadora de Dios. Todas las acciones realizadas por él lo deben también realizar sus discípulos en nombre de Jesús. Con Jesús todo empieza a ser diferente. Se da una nueva manera de relacionarse con Dios. A Dios lo pueden acoger todos, y todos son acogidos por Dios. Jesús invita a la confianza total en un Dios Padre-Madre[17].

4.3. Jesús nos enseña a humanizarnos. La pedagogía de Jesús es conducirnos a descubrir formas más humanas de ser y de relacionarnos al aprender su modo de vivir humanamente, y así liberarnos de la tiranía del egoísmo. Nos manifiesta plenamente lo que es ser humano (cf. GS 22). Las pequeñas metamorfosis que surgen entre las personas que “se quedan en casa” en nuestro contexto actual, cultivando relaciones más profundas en distintos niveles sin miedo de romper moldes establecidos, son signos de la irrupción del Reino que destellan, y contrastan con el aumento de tensiones y hasta violencia que se da en otros casos.

Según el teólogo luterano Jüngel, la única cosa que puede hacernos más humanos es la fe en Dios. En lenguaje católico, diríamos que con nuestras propias fuerzas no podemos realizarnos o liberarnos de todo aquello que nos ata y nos encoge, que necesitamos de la gracia de Dios, su Espíritu derramado en nuestros corazones que nos inflama con amor y nos engendra esperanza (cf. Rom 5,3-5).

Este modo de anunciar y vivir el Evangelio y el Reino de Dios, tan humanizado, nos interpela y nos invita a cambiar nuestro modo de entender el Evangelio: una Buena Noticia que sólo se preocupe de ritos y sacramentos, o que sólo se ocupe de adoctrinar, en lugar de ver al hombre y a la mujer en toda su integridad, no es Buena Noticia.

La crisis actual enfoca el hecho de que vivimos en un campo donde hay trigo y cizaña (cf. Mt 13,24-30). A lo largo de muchos años, el Magisterio de la Iglesia y otras voces proféticas se han levantado para denunciar el mal estructural que sostiene el orden mundial actual, y proponer diálogos que generen cambios sistémicos que humanicen la sociedad global.

Despojados/as ahora de muchas certezas anteriores, escuchemos la voz del Espíritu que nos mueve desde dentro y desde abajo, impulsando procesos y paradigmas nuevos en lo pequeño y en lo grande, en la vida familiar, social y eclesial.

5.      Un virus, nuestro Dios, y la vida, nos abren a una experiencia diferente

Como se dijo desde el inicio, esta crisis asumida como “peligro y oportunidad” nos abre a nuevas búsquedas, relaciones, estilos de vida, interpretaciones, espiritualidades… en sí, a nuevas exigencias y desafíos. Mientras intentamos reconocer a Dios en toda esta realidad que ha afectado a gran parte del mundo, también brotan muchos pensamientos, sentimientos y actitudes esperanzadoras.

Mirando el presente y hacia adelante, seguimos interrogándonos ¿hacia dónde se dirigen nuestros pies, nuestra mente y nuestro corazón? Nos damos cuenta que todo nuestro ser está clamando humanización en el modo de vivir, de creer, de amar, de organizar nuestra vida, de relacionarnos, de caminar como pueblo… Este clamor no acaba con el fin de la cuarentena, porque es el grito de los pobres que esperan liberación (cf. Is 61, 1); es el grito que continuará hasta que consigamos un “buen vivir”[18]; hasta que logremos ser una humanidad interconectada, interrelacionada, armonizada con todo el cosmos (cf. LS[19] 138). Esto es posible con la voluntad, responsabilidad y compromiso de todas/os.

Lo bueno sería hacerlo por convicción. Pues vemos que en este tiempo ha mejorado el aire, los animales tiene más libertad para moverse, nuestro consumo es menos compulsivo, estamos más dentro de casa y de nosotros/as mismos/as, y podemos contemplar la existencia con toda su pequeñez y toda su grandeza.

La pandemia evidenció cuán débil es la importancia y el sentido que tiene la vida en nuestras sociedades; si ésta siempre hubiese sido valorada, respetada y protegida desde todas las instancias, la reacción hubiese sido distinta. Sin embargo, es esta misma fragilidad, impotencia y escasez de recursos, junto a un debilitado sistema de salud… lo que nos posibilita creer que es posible ser otra persona, otra familia, otra sociedad, junto a otro universo, constituidos en base a valores fundamentales como: la solidaridad, el respeto mutuo, el sentido común, procurar el bienestar del otro y, sobre todo: colocar la VIDA por encima de todo (cf. Jn 10,10). Una vida que no solo es humana, sino también cósmica, interrelacionada, integrada, armónica… conscientes de convivir y de comulgar con un universo sagrado/divino.

Si el COVID-19 llegó para quedarse y también el teletrabajo, eso indica que, estar más tiempo juntos (en casa) nos ofrece la posibilidad de construir juntos un sueño diferente, posible gracias al esfuerzo de cada persona, de cada familia y de cada sociedad. Esto supone vivir la pascua cotidiana, pasando de … a …:

Del tiempo de la experiencia, al tiempo de concretar nuevos modos de vivir el día a día.

Del cuerpo que experimenta ansiedad, al cuerpo que ha aprendido a esperar, a no quererlo todo ahora.

Del corazón endurecido por momentos, indiferente y silenciado, a un corazón amante, solidario y fraterno.

Del ser que siente miedo ante la incertidumbre de un virus, a un ser confiado en el Dios cercano, presente y que está con nosotras/os; confiando en él desde la fragilidad experimentada.

Del ser egoísta y calculador, a un ser agradecido y cuidadoso con todo lo creado, por la posibilidad de ofrecer más vida.

De la sorpresa que nos paralizó hasta la mente, a continuar la vida al ritmo de nuevas danzas, nuevos modos de organizarnos.

De un vernos entre nosotras/os en casa por tiempos largos, que han generado agresividad, violencia, a reconocernos en el respeto y el cuidado mutuo.

De espacios cerrados, a espacios abiertos para el encuentro, para abrazar, para bendecir, para celebrar.

De vínculos necesitados y alimentados a través de las redes sociales, a repensar las relaciones, los modos cotidianos, laborales, familiares, eclesiales, vecinales.

De liturgias y eucaristías con ritos rígidos unidireccionales trasmitidos por la TV, Facebook y otras redes, a otras más existenciales e interactivas como las que se hacen posible a través de plataformas que permiten mayor participación y que se complementan con los gestos de la fracción del pan cotidiano que se vive en los hogares, desarrollando así actitudes eucarísticas en la vida, que nos ayuden a celebrar creativamente y asumir las nuevas circunstancias, los nuevos aprendizajes.

De personas que teníamos todo claro y definido, a ser personas más humildes y sencillas, necesitadas del/a otro/a, de lo otro (cosmos) y del Misterio.

De entender el evangelio y el reino como adoctrinamiento, a contemplar los gestos de Jesús que humanizan.

Esta experiencia de elaborar un texto entre mujeres ha sido muy enriquecedora para nosotras, de ahí la necesidad de compartir este ejercicio de escucha, de reflexión y de búsqueda juntas en un tiempo, como hemos dicho ya: tiempo de oportunidades para nuevas relaciones, de cambios para re-crear la vida, de opciones concretas para humanizarnos; no es solo tiempo de un virus sino tiempo del Dios-Misterio, “de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás [… pues] descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”[20] y juntas.

 

Cochabamba 30.05.2020

 

 

[1] “Mujeres haciendo teología”, equipo interdisciplinar en Bolivia: ARI Jimena, ÁVILA Tania, FITZGERALD Eileen, GONZÁLES María Victoria, GUZMÁN Silvia, MAMANI Gregoria, PELLÓN Sara, ROMERO Luz María, SOTO Marcela.

[2] Bosch David, Misión en transformación: cambios de paradigma en la teología de la misión, Libros Desafío, Michigan 2000, 22.

[3] Juan XXIII, “Constitución Apostólica Humanae Salutis” (25.12.1961), en http://www.vatican.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[4]  Cf. “Impacto diferenciado de la crisis sanitaria por el Covid-19 en la vida de las mujeres bolivianas. Diagnóstico y propuestas. Análisis desde la Agenda Política desde las Mujeres”, en http://www.coordinadoradelamujer.org.bo/observatorio/index.php/tematica/2/destacado/2/registro/126 (fecha de consulta 24.05.2020).

[5] Cf. Vélez Olga Consuelo, “De la eucaristía sacramental a la eucaristía existencial”, en Covid-19 5 (2020) 58-60.

[6] Cf. Fernández-Rúa José, “Covid-19: científicos confirman que su origen es natural”, en https://biotechmagazineandnews.com/covid-19-cientificos-confirman-que-su-origen-es-natural/ (fecha de consulta 23.05.2020).

[7] Castillo José María, La humanidad de Jesús, Trotta, Madrid 2016, 15.

[8] Francisco, “Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonía” (02.02.2020), en http://www.vatican.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[9] Pablo VI, “Constitución Pastoral Gaudium et Spes” (07.12.1965), en http://www.vatican.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[10] Francisco, “Exhortación Apostólica Gaudete Et Exsultate” (19.03.2018), en http://www.vatican.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[11] Francisco, “Homilía en el momento extraordinario de oración por la pandemia” (27.03.2020), en https://www.vaticannews.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[12] Una parábola es una breve historia contada para ilustrar una enseñanza utilizando comparaciones, imágenes, metáforas. Lo importante de las parábolas es su riqueza semántica, en torno a un punto central que da sentido a la comparación y suscita en el lector muchas alusiones a su propia experiencia. La parábola no busca transmitir una idea o creencia determinada, sino estimular el pensamiento o la memoria, induce a la reflexión y encamina al lector a asumir un cambio de vida o a tomar una decisión.

[13] Las parábolas del Reino suelen desconcertarnos, porque al visibilizar la bondad y la misericordia desbordantes de Dios, descubren nuestro egoísmo, mezquindad, prejuicios y exclusiones. Podemos seguir obstinadas/os en estas posturas, o dejarnos tocar por Jesús y abrirnos a un cambio de mente, de rumbo (metanoia).
[14] “La paternidad monoteísta de Dios, desarrollada en las tradiciones de Jesús bajo la forma de bondad misericordiosa asociada generalmente a una madre, deberá engendrar la liberación de todas las estructuras de dominación patriarcal y evitar la proyección masculina del patriarcado en el cielo” (Schüssler Fiorenza Elizabeth, In memory of her: a feminist theological reconstruction of Christian origins, Crossroad, New York 1983, 151). Cf. Aquino María Pilar – Tamez Elsa, Teología feminista latinoamericana, Abya Yala, Quito 1998, 91; Muñoz Ronaldo, “Dios Padre”, en Ellacuría Ignacio – Sobrino Jon, Mysterium Liberationis, vol. 1., Trotta, Madrid 1990, 541.

[15] Cf. Vélez Olga Consuelo, “De la eucaristía sacramental a la eucaristía existencial”, en Covid-19 5 (2020) 58-60.

[16] Jüngel Eberhard, “Humanización del hombre” [“Menschwerdung des Menschen”], en Evangelische Kommentare 17 (1984) 446-448.

[17] Un Dios tan cercano a quién nos dirigimos llamándolo tiernamente Abbá-Immá, que es Padre-Madre en arameo y que Jesús mismo se dirige así al Padre (cf. Mc 14,36). “Abbá no es una palabra técnica, propia de discusiones eruditas, sino la más sencilla de todas las que existen, una palabra casi onomatopéyica, que el niño pronuncia y comprende en el mismo principio de su vida, al referirse cariñosamente al padre (abbá), en unión (a partir) de la madre (immá) como primera de todas las experiencias que son, al mismo tiempo, profanas y sagradas”. Abbá no es una palabra aislada, “sino que forma parte de una relación doble: Imma-Abba, Madre-Padre. Es una palabra de encuentro personal, de intimidad profunda, siendo, al mismo tiempo, una palabra social, pues vincula a cada hijo con todos los restantes hijos de Dios Padre, especialmente con los pobres y expulsados de la sociedad”. Pikaza Xabier, “Sobre Dios Padre-Madre”, en Carthaginensia, XXX (2014) 392.

[18] Expresado en la “auténtica calidad de vida […], armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica, vida […] en su modo comunitario de pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de la naturaleza”, (QA 71).

[19] Francisco, “Carta encíclica Laudato Si’” (24.05.2015), en http://www.vatican.va/ (fecha de consulta 24.05.2020).

[20] Francisco, “Homilía en el momento extraordinario de oración por la pandemia” (27.03.2020), en https://www.vaticannews.va/.

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